Publicado: 03.03.2022
Categoría: Editorial
Pensar lo público
En una investigación académica sobre el uso de nuestros canales en las aulas, una docente afirmaba que, en algunas ocasiones, mandaba a sus estudiantes a ver los programas aún sin haberlos chequeado, porque confiaba en que, previamente, quienes hacemos las señales nos habíamos hecho las preguntas éticas, políticas y pedagógicas necesarias.
Cuando el sistema educativo argentino fue imaginado se propuso transmitir un conjunto de saberes y, a la vez, formar argentinos (y argentinas diríamos hoy). Qué enseñar en la escuela y cómo hacerlo es una responsabilidad de todo Estado que pretenda garantizar el derecho a la educación. Y también de pantallas como las nuestras que, a pesar de las diferencias con la escuela, debaten con insistencia qué contar y cómo hacerlo. Porque los medios públicos requieren narrativas que estén conectadas con la sociedad y que sean permeables a aquellos tres criterios que solía mencionar Jesús Martín Barbero: “Pensar con la propia cabeza, tener qué decir y ganarse la escucha”. Desde estas condiciones, entonces, es que surgen las preguntas que nos sostienen y que pueden dar seguridad a las docentes.
¿Cómo hacer para que Nina sea tan protagonista como Zamba? ¿Hay que ajustar los formatos a los tiempos impuestos por las plataformas y las redes sociales? ¿Puede haber relatores varones en la transmisión del fútbol femenino? ¿Es posible transmitir una causa nacional sin caer en esencialismos? ¿De qué manera legar una tradición cultural y política desde el entretenimiento? ¿Cómo honrar lo público en nuestras pantallas públicas?
Esta revista nace para poner en palabras –propias y ajenas– algunos de estos debates. Porque somos parte de un proyecto político que tiene vocación de discutirlo todo para crear nuevos marcos teóricos de pensamiento. Y porque, además, son los debates colectivos que suceden detrás de las pantallas, en los tiempos de la producción, donde están los/as trabajadores de todas las áreas de los canales, las casas productoras, las audiencias, los/as docentes, los/as académicos, los sindicatos, es decir: los/as sujetos/as sociales que conforman la trama estatal que sostiene nuestra televisión pública.
Esta revista, esta convicción en el lenguaje escrito, es, además, un homenaje a la cultura escolar, sostenida históricamente en la escritura. Y una forma de recuperar una escena fundacional de la primera señal del polo que hoy es Contenidos Püblicos, que no salió al aire con una imagen sino con un texto que decía: “Hoy, 5 de marzo de 2007, comienza la emisión de Canal Encuentro, el primer canal de televisión del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación. Los que creamos esta señal y participamos en ella nos comprometemos a trabajar con dignidad por la igualdad de posibilidades de acceso a la educación para todos los habitantes de nuestro país”.
Creemos, finalmente, que desde el Estado es posible lograr el abrazo entre los lenguajes comunicacionales y la ética pública. Decimos Estado y lo estamos pensando –tal como nos enseñó Eduardo Rinesi– como “un monstruo bifronte”, un instrumento del orden pero también de la ampliación de derechos y, por lo tanto, de la emancipación. Porque así como en los primeros años de la recuperación democrática decíamos Estado y se nos aparecía el rostro de Videla, después de 2003 eso cambió: decimos Estado y podemos pensar en la AUH, la ley de identidad de género, los juicios por la memoria, la verdad y la justicia y la Ley de Educación Nacional 26206 que puso en palabras la necesidad de tener pantallas que ofrezcan herramientas audiovisuales para acompañar los procesos de enseñanza y aprendizaje y que consideren a las audiencias desde una perspectiva de derechos.
Esta “condición bifronte” también está en el nombre que hemos elegido para nuestra revista: Razón plebeya. Porque no renegamos de esa “razón” que nos ilumina “en la noche de ignorancia” –y que es una razón de Estado–, pero sabemos que sólo desde una sensibilidad plebeya, la sensibilidad de quienes no piden disculpas por su origen de clase, podrá recomponerse una vida en común justa e igualitaria.
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