

Pensar la Marea Verde
Feminismos populares: Un mar de fueguitos
Existe una imagen estereotipada y banalizadora que muestra a las feministas como quienes se ocuparían solamente de cuestiones superestructurales, de minucias de gente con la panza llena. Las experiencias que recoge Desobediencias. Feminismos populares acercan la perspectiva de género que permite discutir la lógica del capitalismo actual.
Publicado: 29.09.23
Por: María Pia López
Categoría: Apuntes
“Al igual que alguien se mantiene encima de una nave trepándose a lo alto de un mástil que se está derrumbando. Pero desde allí, tiene la oportunidad de dar una señal de rescate.”
Walter Benjamin, 1931.
El pasado 11 de septiembre, miles de mujeres se juntaron en Chile frente al Palacio de la Moneda. Con velas, leyeron juntas una suerte de letanía que repetía una y otra vez, como parte de cada oración, “Nunca más”. Las fotos muestran un mar de fueguitos irrumpiendo en la noche. Esa escena pone en juego una genealogía reciente, la del mayo feminista de 2019 que hizo temblar ese país e inició la conmoción que terminaría en la iniciativa constituyente. Pero al mismo tiempo hace alusión a una cercanía, una afinidad trasandina: se conmemora, también, con la lengua amasada en las luchas argentinas. Quizás mientras aquí algunos fueguitos parecen apagados, en otro lado sus luces se agitan.
Ese nudo entre feminismos y derechos humanos, esa compleja genealogía -compleja en el sentido de múltiple, enmarañada- es la que funda parte de los movimientos en Argentina. Como una raíz que se extiende, se oculta bajo tierra por momentos, reaparece en otros. De algún modo, construir esa historia es apenas atisbar sus relieves, comprender la múltiple historicidad y, a la vez, la vital polifonía de los feminismos. Por eso feminismos siempre se dice en plural. Y muchas veces, adjetivados.
Poner en escena algunas experiencias de los feminismos populares invita a buscar en los tejidos, en las tramas que van componiendo
Feminismos de experiencias
En Desobediencias. Feminismos populares tratamos de poner en escena algunas experiencias que permitan buscar en los tejidos, en las tramas que allí se van componiendo, aquello que inventan y resuelven, las contradicciones que alojan, las peleas que dan, la imaginación que ponen en juego.
Es entonces cuando los feminismos, en lugar de hablar de la agenda tradicional asignada al género, exponen estrategias singulares para apostar a vidas dignas de ser vividas. Comienza a pensarse así menos en la comodidad del cuarto propio que en la dificultad de la casa entera. Y ni siquiera la casa propia: el desafío de habitar barrios, hoteles, cárceles, villas. Del quehacer desde y en la precariedad.
Muchas veces, cuando se discute sobre los feminismos se pone en juego una imagen estereotipada y banalizadora: las feministas sólo estaríamos ocupadas de cuestiones superestructurales, de minucias de gente con la panza llena, de símbolos y lenguajes. Estos estereotipos -que son, se sabe, rutinas del pensamiento a las que muchos se abrazan de mala fe- velan el componente antineoliberal fundamental en los feminismos. Esto es la capacidad de discutir la lógica del capitalismo actual: la producción sistemática de vidas desechables, la repetición insomne del trazo que divide vidas con mérito para seguir existiendo y otras que pueden finalizar sin ser lloradas, como escribe Judith Butler, en una metáfora preciosa y sugerente. Esa discusión no es sólo conceptual y discursiva -aunque lo es, condensada de modo preciso en el grito Ni una menos-, sino que también es materialista y se realiza en prácticas, instituciones, organizaciones.
Una experiencia como el Centro Educativo Isauro Arancibia, que educa junto a personas que están en situación de calle, combate día a día contra ese trazo que desecha. Susana Reyes, su coordinadora y en cuya travesía biográfica se enlazan diversas luchas, sostiene que cada piba o pibe que se suma a construir un proyecto de vida, se le presenta como un compañerx arrebatado a los campos de concentración del terrorismo de Estado.
Esa imagen sintetiza situaciones muy diferentes -la de los dispositivos de encierro concentracionarios, organizados y bajo un mando central; y la producción dispersa de vidas dañadas y arrojadas a la intemperie-, pero a la vez señala lo que las une: la necesidad de situarse frente a ellas con la ética de la intervención, con el riesgo de la salvación y no con la mirada que se desvía, atemorizada o cansada.
Se trata de buscar la representación de lo popular en las antípodas de lo espectacularizado, en el show del horror, pero también a distancia del embellecimientos exotizante.
La esencialidad en las crisis
Nada de lo que se hace en una experiencia así es fácil, menos aún es cómodo. Los feminismos populares, estos que estuvimos buscando para conversar, construyen esa materialidad actuante, práctica.
Durante la pandemia, la Cooperativa Gráfica La Voz de la Mujer se volvió hacedora de olla popular para el barrio y en sus grabados y bordados esa escena se volvió central. Incluían un cartel que decía: “Somos esenciales”. Esenciales fueron no sólo lxs trabajadorxs que durante el tiempo del aislamiento para prevenir el contagio de COVID se hacían cargo de tareas imprescindibles, sino también las militancias que tienen su razón de ser en la reproducción de la vida. Sin ellas, el Estado no llegaría con políticas públicas a muchos barrios o situaciones. Pero, como dice una de las integrantes de La Voz de la Mujer, no se trata sólo de reproducir la vida, también se trata de transformarla, aunque eso resulte difícil y demande esfuerzos desmesurados.
Irrumpir contra el trazo que distingue entre vidas con méritos de ser vividas y vidas desechables implica confrontar contra un modo de interpretar, narrar y representar. Supone poner en duda la apología sensible de la crueldad, aquello que forjan, machaconamente, las representaciones mediáticas dominantes y que producen, en esa reiteración, la naturalización del horror. Se puede convivir con la destrucción: aprendemos a hacerlo también en medio de una gritonería espectacularizada.
Hay un régimen de imágenes, que organiza la percepción y funda interpretaciones políticas. Desobediencias. Feminismos populares no sólo busca unos ciertos temas y los modos de afrontarlos por parte de colectivos y organizaciones, también procura un tipo de representación, una estética, un modo de la conversación. Para decirlo a trazos gruesos: se intenta poner en escena una conversación real, una cierta hospitalidad para que ocurra, una disposición, pero que esa presencia no resulte estetizada.
La incomodidad de reconocer
Se trata de buscar la representación de lo popular en las antípodas de lo espectacularizado en el show del horror, pero también a distancia del embellecimiento exotizante. Una exploración en medio de una cierta incomodidad en el lábil aleteo de una conversación que podría no producirse ni reproducirse, porque los cuerpos que la sostienen son frágiles.
Esa conversación es incómoda también porque las cuestiones que aborda no merecen una resolución sencilla.
Parte del reconocimiento de la autonomía de la voz que se convoca. Tanto al pensar el trabajo y los derechos con las trabajadoras sexuales, como al reflexionar sobre los temas de la justicia y la pena con las integrantes de Yo no fui, surgió de la intuición colectiva que es en la mayor complejidad de los abordajes donde es posible construir formas emancipadas del pensamiento y la acción. No restando esa fuerza al hacer, sino aumentándola. No esquivando los problemas, sino apostando a la construcción de un espacio conversacional donde se pueda seguir con el problema. Como escribía Tamara Kamenszain, en El libro de los divanes, “eso debe querer decir / que siempre hay otra línea de lectura, siempre hay otra”. Siempre habrá muchos modos de recorrer nuestro mar de fueguitos. Desobediencias. Feminismos populares es uno. Y apuesta a expandir la conversación pública sobre nuestros feminismos.
En la mayor complejidad de los abordajes es posible construir formas emancipadas del pensamiento y la acción. Se trata de no restar esa fuerza al hacer, sino aumentarla
Desobediencias. Feminismos populares
Canal Encuentro
Esta nota fue escrita por

Por María Pia López
Escritora, ensayista, docente, socióloga y doctora en ciencias sociales. Activista y feminista. Editora de revistas como El ojo mocho y La Escena Contemporánea. Escribió Yo ya no, No tengo tiempo, Miss Once, Habla clara y Teatro de Operaciones.
tw: @mpialopez4
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