

A PROPÓSITO DE A BIG SHTETL
Identidad en letras
A propósito de A big shtetl, uno de los éxitos de esta temporada de Canal Encuentro, la periodista y escritora Tali Goldman se pregunta por su propio vínculo con el judaísmo. “Si a Big Shtetl se hace la pregunta de lo judío y recorre las huellas en distintos barrios de Buenos Aires para ensayar respuestas, las mías aparecieron en un lugar más inmaterial, menos concreto”, introduce esta deriva por sus libros y escritores favoritos.
Publicado: 13.12.2022
Por: Tali Goldman
Categoría: Escenas
Si tuviera que pensar cuál es la pregunta que atraviesa los seis episodios de A Big Sthetl, diría que es clara, la dice su propio conductor, mi amigo, Exequiel Siddig, en el primer episodio y la reitera ante cada entrevistado: “¿Qué hace de mí un judío?”. Es una pregunta clásica, existencial, ontológica. Es, ni más ni menos, la cuestión sobre la identidad; un tema recurrente en mí, algo que me obsesiona, en mi escritura y también en mis lecturas. Últimamente, tengo una fascinación: persigo autoras y autores judíos. No es que solo leo escritores judíos, está lejos de ser así, pero me interesan especialmente. Muchos años intenté eludir mi judaísmo: tengo un padre rabino y eso no es fácil, o en realidad, fue de manual rebelarme, asimilarme a la vida secular, acentuar otros rasgos sobre mí, militar de forma enérgica un laicismo. Pero ahora con 35 años, terapia mediante, diría que di la vuelta y entonces me reconecté con mi identidad, en especial, desde la literatura y los textos. Si a Big Shtetl se hace la pregunta de lo judío y recorre las huellas en distintos barrios de Buenos Aires para ensayar respuestas, las mías aparecieron en un lugar más inmaterial, menos concreto. Durante la cuarentena de 2020, como muchos, pasé horas y horas de esos interminables días encerrada leyendo. Confieso que no estuvo tan mal. Descubrí nuevos autores y revisité otros que, creo, de diferente manera, abogan al interrogante que presenta Exequiel en cada episodio y que logra atravesar la pantalla y cuestionarme a mí también: ¿Qué hace de mí una judía?
Si a Big Shtetl se hace la pregunta de lo judío y recorre las huellas en distintos barrios de Buenos Aires para ensayar respuestas, las mías aparecieron en un lugar más inmaterial: la literatura.
En el texto “La infancia permanece”, la periodista Leila Guerriero comienza describiendo al escritor Martín Kohan así: “Había un momento que era éste: el 24 de diciembre, en una calle tranquila del barrio de Núñez, Buenos Aires, a las doce en punto de la noche, un niño judío de ojos claros, pelo rubio, pateaba la pelota contra una pared, contra los árboles, contra la pared, contra los autos, contra la pared, contra una lata. Durante dos, diez, cinco minutos, el niño judío de ojos claros, perfectamente solo, pateaba la pelota mientras, en sus casas, sus amigos brindaban por feliz navidad, recibían los besos de las madres, las tías, los abuelos. Y en esos dos, diez, cinco minutos, el niño judío de ojos claros pateaba la pelota paladeando la felicidad que cada final de año tenía reservada para él: una soledad que no necesitaba explicaciones: una soledad que era, también, un aislamiento: una soledad abroquelada” (Plano americano, Ediciones Universidad Diego Portales, 2013).
Algunos podrían decir que Guerriero elige empezar con esta anécdota para mostrar una característica de este escritor en particular, un tipo que disfruta en gran parte de la soledad. Pero, para mí, eso no es lo más importante de este fragmento o, en realidad, no es donde yo puse el foco. Lo que a mí me resonó fuerte fue ese “niño judío de ojos claros” sin Navidad, igual que yo. Lo primero que leí de Kohan fue Ciencias morales (Anagrama, 2007), después Dos veces junio (Debolsillo, 2002) y recién ahí me crucé con este perfil que Guerriero hace de él. Porque acá confieso mi otra fascinación: me gusta leer libros de entrevistas a escritores o perfiles sobre ellos. Me interesa, en primer lugar, porque, como buena periodista y judía, soy muy chusma. Siempre lo viví con culpa pero hace algunos años encontré la explicación perfecta de la mano de Hebe Uhart: “un escritor es un chismoso refinado”. Así que ahora hago gala de mi condición. Fuera de broma, creo que la única manera para aprender a escribir es entender las experiencias de los otros: cuál es el detrás de escena de los autores, qué los motiva, desde qué lugar escriben, cuáles son sus obsesiones, sus lecturas. Y es por eso que conocer a Kohan, a ese niño judío, me permitió conectarme de otra manera con un texto disruptivo en su prolífica publicación de novelas y ensayos del universo de las letras: Me acuerdo, publicado por Ediciones Godot unas semanas antes de la pandemia, en marzo del 2020. En este texto, Kohan opera con su memoria y lo hace de una manera muy despojada. Lo que recuerda, lo escribe. Y es un libro adorable, porque es un libro sobre la infancia, la familia, la identidad: “A la tarde en el colegio David Wolfsohn yo me llamaba Yaakov. A la mañana me llamaba Martín, como ahora”; “En séptimo grado me gustaba Dorita Stiberman. Me le tiré y me dijo que no”.
Gornick, autora de Apegos feroces, es esencialmente una escritora judía y recién después feminista. ¿Acaso hay algo más judío que un libro sobre el vínculo entre una idishe mame y su hija?
Otra autora de la que me enamoré en pleno encierro es Vivian Gornick. Quizás muchos identifican a esta genial neoyorquina como una escritora feminista. Incluso, en varias entrevistas, a ella misma le gusta pensarse “más como feminista que como judía”. Pero yo disiento; o, al menos, en mi lectura, Gornick es esencialmente una autora judía y, recién después, feminista. ¿Acaso hay algo más judío que un libro sobre el vínculo entre una idishe mame y su hija? Para mí, la frase que define Apegos feroces (Sexto Piso, 2019), este libro exquisito en el que Vivian nos transporta a los años 40 en el Bronx, es esta: “Todas nos entregábamos a nuestros placeres. Nettie quería seducir, mamá quería sufrir y yo quería leer”. “Mamá quería sufrir” es quizás la metáfora más sublime sobre una madre judía, con la que se regodearía cualquier psicoanalista.
Como dije antes, me interesa mucho la biografía de los escritores que leo, cuáles son sus lecturas, qué cosmovisión del mundo tienen y cómo plasman todo eso en sus textos. Cuando leí Gornick, automáticamente me transporté a Natalia Ginzburg, la magistral escritora italiana. Y cuando investigué sobre Gornick, leí que ella también era fanática de Ginzburg. ¡Y claro –pensé–, cómo no!, en sus trazos se nota la sesuda lectura sobre la autora italiana. Es más, en el reciente libro Cuentas pendientes (Sexto Piso, 2022), Vivian le dedica un capítulo y dice sobre ella: “Una escritora cuya obra me ha hecho amar más la vida es Natalia Ginzburg”. De Ginzburg, primero leí Léxico familiar (Lumen, 2017), el que considero uno de los mejores títulos de la literatura universal. ¿Por qué creo que es un libro esencialmente judío? Porque Natalia cuenta cómo forja su propia identidad. Este es un texto que permite entender todo el resto de su obra. “Léxico familiar no pertenece al género de las memorias que buscan sobre todo la eternización de los recuerdos familiares”—dice Maja Pflug en su libro “Natalia Ginzburg, Audazmente tímida” (Siglo XXI, 2020)—. No es una autobiografía (…) sino que refleja las experiencias históricas del facismo, la guerra y el caos de posguerra, que ponen en duda la unión de la familia; muestra cómo la familia de Giuseppe Levi, profesor de anatomía y judío, es asolada por la corriente política; cómo la cárcel, el destierro y la emigración separan a hijos, padres y parientes, debilitan los vínculos privados y dejan tras de sí personas individuales que solo tienen en común el recuerdo de las palabras y las frases de la infancia, el léxico familiar”.
Hermanada con Ginzburg y Gornick, en mi biblioteca también está Margo Glantz —literalmente hermanada, porque tengo mi biblioteca ordenada alfabéticamente y ahí están las escritoras G—. El nombre de Margo lo conocí cuando viajé a México hace varios años atrás pero recién este año leí un libro de ella que me fascinó que se llama: “Las genealogías” (Bajo La Luna, 2010). El título no es metafórico, es literalmente un rompecabezas con su árbol genealógico, el de una familia judía que emigra de Europa y llega a México a principios del Siglo XX. Y en este texto entendemos la identidad de Margo: una mujer absolutamente mexicana y al mismo tiempo absolutamente judía. “Yo tengo en mi casa algunas cosas judías, heredadas, un shofar, trompeta de cuerno de carnero, casi mítica (…) También tengo un candelabro antiguo de Jerusalén, que mi madre me prestó y se ha quedado, pero el candelabro aparece al lado de algunos santos populares, unas réplicas de ídolos prehispánicos (…), unos retablos, unos exvotos, monstruos de Michoacán, entre los que se cuenta una pasión de Cristo con sus diablos (…) Y todo es mío y no lo es y parezco judía y no lo parezco y por eso escribo—éstas—mis genealogías”. Y siguiendo con el tópico tan judío de las madres, (no niego ser una reciente idishe mame, pobre hija mía), subrayé esta frase que creo describe en esencia a una arquetípica madre judía: “Pero Margo, ¿Por qué no comes? No has comido nada. (Nada, solo ternera fría, pecho de res, kasha, tallarines, puré de papa, ensalada de frutas, pasteles, strudls y luego, más tarde, té con otros strudls. A mamá le parece que estoy muy delgada)”.
Recientemente, mi gran amiga Marina Mariasch publicó uno de los libros más luminosos de este 2022, “Efectos personales” (Emecé, 2022). Porque es solo desde la literatura que se puede abordar la trágica muerte de una madre de una manera tan bella como lo hace Marina. Pero además de un libro luminoso es es también muy judío y digo esto porque la autora reflexiona sobre lo más sagrado: la vida. Y no hay precepto más contundentemente judío que el del adagio bíblico «y elegirás la vida, para que vivas».
Volviendo a la pregunta que nos hace Exequiel Siddig en el primer episodio de The Big Shtetl “¿Qué hace de mí una judía?” creo esto: sin dar una respuesta acabada, entre otras cosas, me gusta sumergirme en estas lecturas que atraviesan mi propia escritura, que es también mi identidad, y mi forma de ver el mundo.
A big shtetl
Canal Encuentro
Esta nota fue escrita por

Por Tali Goldman
Es magíster en Escritura Creativa (Untref) y Licenciada en Ciencia Política (UBA). Trabaja como periodista desde 2006 en diversos medios gráficos y radiales. Actualmente escribe en Revista Anfibia y Gatopardo y da talleres de escritura en Anfibia. Publicó el libro de crónicas La Marea Sindical (Editorial octubre, 2018) y el de cuentos Larga Distancia (Concreto, 2020).
tw: @taligoldman
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