

CINE ARGENTINO
Leonardo Favio: modernidad y espíritu popular
A 10 años de su muerte, Canal Encuentro presenta por estos días Amar y ser amado, un ciclo de cuatro películas de Leonardo Favio presentadas por Antonella Costa. En esta nota, el periodista y crítico Lautaro García Candela ofrece algunas claves para pensar a un artista cuya figura trasciende lo cinematográfico, a “una de personas que aparecen una vez cada tanto y dejan una estela fugaz, contradictoria, pero que tienen la capacidad de iluminar con ternura todo lo que tocan”.
Publicado: 12.12.2022
Por: Lautaro García Candela
Categoría: Rescates
Se escribió y se dijo mucho sobre Leonardo Favio. Es algo lógico; su figura excede lo estrictamente cinematográfico: fue también un eximio cantor y compositor, un militante incansable y un intelectual (aunque gran parte de los discursos sobre él renieguen de esa caracterización) que no se privaba de intervenir en el campo cultural que le tocó. Anécdotas suyas se cuentan de a miles y todas refieren a una personalidad excesiva en todos los frentes. Es ese tipo de persona que aparece una vez cada tanto y deja una estela fugaz, contradictoria, pero que tiene la capacidad de iluminar con ternura todo lo que toca. Su figura puede conjurar al mismo tiempo muchas ideas: lo popular con lo elevado/lo moderno; la ternura con la militancia; la fascinación de las luces de la ciudad con un espíritu provinciano. Todos estos epítomes pueden tirarse al tun tun, y de hecho una gran parte de la crítica los utiliza como si fueran definiciones de algo ya cerrado, entendido por todxs, pero en las películas de Leonardo Favio refieren a sentimientos, recursos e imaginarios concretos en lugares y contextos ideológicos específicos.
Encontrarse nuevamente con El romance del Aniceto y la Francisca, Fuiste mía un verano, El dependiente y Juan Moreira es la oportunidad para repensar estas cuestiones, ponerlas en la mesa de disección que permite la crítica y ver qué de todo lo que hizo Favio sigue teniendo la capacidad de interpelarnos hoy, en un momento en el que el campo cultural y las posibilidades del cine son muy diferentes al momento en el que estas películas salieron a la luz.
Juan Moreira condensó algo que estaba en el aire: lxs espectadorxs se veían reflejados en el heroísmo (y cierta picardía) del protagonista.
Después de una infancia humilde en Mendoza, Favio se muda a la Capital a trabajar de artista (así dice Gianfranco Pagliaro en su película maldita Soñar soñar). Actúa en películas de los grandes directores de la época: Leopoldo Torre Nilsson, Fernando Ayala, Daniel Tinayre, José Martínez Suárez. Mientras, también, despunta el vicio de la canción. Impulsado por Torre Nilsson, a quien llamaría su padrino artístico (y en nombre de quien robó dos latas de fílmico para hacer su primer cortometraje), realiza sus primeras tres películas: Crónica de un niño solo, El romance del Aniceto y la Francisca y El dependiente.
El joven Favio recoge las enseñanzas de los nuevos cines europeos, admirados en esa época por todo el medio cinematográfico argentino. Quien vea estas películas puede ver influencias de François Truffaut, Roberto Rossellini, Vittorio De Sica, Andrzej Wajda, entre otros directores. En El romance del Aniceto y la Francisca y El dependiente se muestran lugares y espacios que nada tienen que ver con un set de filmación (como sucedía en el cine clásico). Las historias que cuenta son las de gente por debajo del radar de la importancia o el bronce, levemente autobiográficas, imaginadas con lo que se tiene a mano. Los escenarios exteriores son reconocibles, sin intervención, y los interiores tienen texturas toscas que hablan de los personajes que los habitan: la cámara los recorre como si de rostros se tratara.
El romance… y El aniceto son dos películas en las que el amor termina frustrado por diferentes razones. Dos parejas que conviven dentro de un contexto frustrante o peligroso: hacen lo que pueden, se equivocan, pueden ser crueles o tontos. Favio pretende entender las razones de sus personajes pero, a diferencia del cine clásico, no comenta su decisiones ni las juzga moralmente. Hay una distancia y un respeto a las situaciones que convive con una inquietud formalista. El primer encuentro entre el Aniceto y la Francisca o entre y la señorita Plasini no pueden entenderse bajo una lógica naturalista: el enamoramiento se da en una mirada (lo mismo sucede en Nazareno Cruz y el lobo). Momentos casi extáticos que pertenecen específicamente al cine entendido como un arte plástico en el tiempo. Favio descree de la tradición mimética del cine y borra cualquier referencia espacial o temporal: Aniceto y la Francisca en cuestión de segundos se miran, se siguen, y empiezan a convivir. No tienen una psicología precisa ni son símbolos de alguna rama de la sociología, sólo existen en la pantalla, un lienzo móvil que los bambolea entre cortes secos. Esto no viene de ninguna rama realista de las nuevas olas, ¿de dónde viene?
Federico Luppi, el Aniceto, cuenta una anécdota que puede ilustrar lo particular de Favio en la puesta en escena: “Una mañana estábamos en Mendoza. Favio me llamó y me dijo: ‘¿Qué tenés que hacer? venite, vamos a tomar unos mates’. Los mates los hice yo, mientras él estaba tirado en la cama leyendo una enorme colección de Misterix, Tit-Bits, Poncho Negro…. Ahí me quedé diez minutos, veinte, cuarenta, cambiando el agua del mate. Al final, le pregunté si me había llamado para verlo leer historietas, y me respondió: ‘Dejame de joder, boludo, estoy mirando el encuadre’”.
En su puesta en escena conviven las enseñanzas de la modernidad cinematográfica con un espíritu popular que viene del cómic. Favio veía en ellos posibilidades plásticas posibles de replicar en el cine, una expresividad asociada la cultura baja. Los claroscuros de la fotografía de Juan José Stagnaro en El romance… sólo pueden entenderse si se comparan con las ilustraciones de trazo grueso, en blanco y negro del comic; cierto nervio de la cámara y humor corrosivo, nervioso, sincopado en El dependiente también. Si Favio en Crónica de un niño solo empezó debiéndole al neorrealismo en sus próximas películas puede verse la expresión personal de un artista.
Moreira es pendenciero, se vende a las fuerzas políticas de turno, no tiene la sabiduría que Hernández le insufló al Martín Fierro.
Cuentan que entre toma y toma del rodaje de El dependiente, Favio, con una guitarra que le regaló el protagonista de la película, compuso “Fuiste mia un verano”, quizás su mayor hit, canción que fue el puntapié de su período más exitoso como cantor. Ante esa situación, protagoniza Fuiste mía un verano, una especie de favioxplotation, dirigida por Eduardo Calcagno. La película hace eco de su popularidad y lo muestra como un cantante agobiado entre giras y problemas de salud. Tiene una parte tremendamente cliché, que es el relato de la popularidad y los problemas del amor, otra parte que se salva por la interpretación de las canciones de Favio, y unos pequeños momentos documentales en los que Favio brilla.
Él podía ser Palito Ortega cuando quería, pero también era Leonardo Favio y su personalidad permea la película. La leyenda dice que algunas de las secuencias las diagramó él [1] y razones para creer no faltan: va esbozando algunos de sus planos-insignia como los paneos horizontales con lentes teleobjetivo, que siguen las caminatas de los personajes recortándolos del contexto, o los planos cenitales por encima de sus cabezas, que no se pueden explicar lógicamente por la visión de nadie. Esa pirotecnia audiovisual, esbozada en sus películas anteriores, se acopla a parte de la gramática de la época y lo tienta a Favio como un camino directo a “su cariñoso público”.
El resto de su carrera sólo puede pensarse bajo dos influjos: el de haber probado la popularidad de la canción (y pensar cómo llevarla al cine) y la creciente temperatura política de la época, que no solo estaba en la promesa de la vuelta de Perón (Favio estuvo en el avión que vino de Madrid y fue orador de la fallida recepción en Ezeiza) sino también en las expresiones artísticas. El shock de haber visto La hora de los hornos, el documental del Grupo de Cine Liberación, abrió un dilema para Favio: en esos tiempos agitados, para participar como militante en la transformación de Argentina, ¿alcanzaba con hacer películas con influencias europeas para cineclubs? [2]
Juan Moreira narra la vida de un forajido a la manera del Martín Fierro pero menos correcto: Moreira es pendenciero, se vende a las fuerzas políticas de turno, no tiene la sabiduría que Hernández le insufla a su gaucho. Está basado en un folletín de Eduardo Gutierrez, que recogió testimonios y pasó del dato duro a la fabulación: en su momento se lo adoraba como a un santo (doméstico, pagano).
La película hace eco de esta adoración e incorpora narraciones en off de sus hazañas, voces escuchadas en ferias o en pulperías [3]. El conocimiento sobre Moreira es indivisible del mito, la película es popular porque la oralidad está en la base de su desarrollo narrativo. Y a la vez, la película no está filmada muy diferente a Fuiste mía un verano. El mito se delinea con la iluminación contrastada, los ángulos de cámara excéntricos, la música al palo; construyendo a Moreira Favio construye su propio mito como cineasta.
La reivindicación de Juan Moreira era todo un statement político: es un forajido de una ley que no es justa, que premia a los que más tienen y no incorpora a los desposeídos. Que en el estreno haya estado Héctor Cámpora, cuando aún era Presidente de la Nación, no puede explicarse de otra manera. Juan Moreira condensó algo que estaba en el aire. Lxs espectadorxs se veían reflejados en el heroísmo (y cierta picardía) del protagonista. Encontraban en cada plano de la pampa desierta surcada por Moreira, explotado de color, las posibilidades y efectos de la valentía. Estaba tan en el aire que casi no era necesario verlo: el diario Clarín del 8 de agosto del 73 consigna que la película tuvo dos espectadores ciegos que al finalizar la función tenían una visión bastante acertada, tanto narrativa como emocionalmente, de lo que había sucedido. Y a partir de esa situación, la producción regaló entradas a varias asociaciones de personas con discapacidad visual [4].
La aparición de esta película –y de la siguiente, Nazareno Cruz y el lobo–, es un hito en la historia del cine nacional. Pocas veces la creatividad de un cineasta coincidió tan plenamente con el sentir popular: Favio propuso una película que sólo se parece a él, a su formación, a sus gustos, a su sensibilidad, sin apoyarse en un lenguaje probado, sin certezas formales o genéricas y fue recibido con vítores. Cuando pareciera que el ambiente cinematográfico actual sólo puede producir películas (o contenido) parecido a sus referencias y con la condición de borrar cualquier rasgo que sugiera rispideces políticas, aparecen el arrojo y la intuición de Leonardo Favio como un desafío a nuestra época.
Vale la pena pensar qué de todo lo que hizo Favio sigue teniendo la capacidad de interpelarnos hoy, en que las posibilidades del cine son muy diferentes al momento en el que sus películas salieron a la luz.

[1] Idea hallada en una reseña de la película en Letterboxd escrita por Agustín Durruty. https://letterboxd.com/vitulis/film/fuiste-mia-un-verano/
[2] Sobre este punto, es esencial el artículo de Gonzalo Aguilar, “En busca del pueblo”, publicado en https://www.lafuga.cl/juan-moreira-de-leonardo-favio/307
[3] En este mismo sentido se puede pensar la parodia a Bergman. En El séptimo sello, película del cineasta sueco, un personaje juega al ajedrez con la muerte. En la película de Favio, Juan Moreira juega al truco. Y aunque le gane, ella se lleva a su hijo porque “no sabe perder”.
[4] Citado en La memoria de los ojos: Filmografía comentada de Leonardo Favio, editado por la Biblioteca Nacional.
Amar y ser amado. Cine y Leonardo Favio
Canal Encuentro
Esta nota fue escrita por

Por Lautaro García Candela
Es cineasta, crítico y docente. Su ópera prima, Te quiero tanto que no sé (2018), se estrenó en BAFICI y Cambio cambio (2022), su segunda película, en el Festival de Mar del Plata. Es editor de La vida útil, revista con la que lleva editados cinco números en papel y un libro.
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