ESTRENO EN ENCUENTRO

Los 90: la década revisitada

Con la conducción de Tomás Balmaceda, “Los 90. La década que amamos odiar” condensa las tensiones de aquellos años en Argentina. A propósito de su estreno por Canal Encuentro, Lorena Álvarez repasa algunos hitos públicos y privados de esa época. “No fuimos épicos”, dice, “nos las arreglamos para sobrevivir”.


Publicado: 31.05.2022

Por: Lorena Álvarez

Categoría: Escenas


Frívola, liviana, con altos índices de exclusión y una elevada dosis de exhibicionismo. Para muchos resulta tentador pensarla como un fenómeno temporal aislado, pero la década del noventa fue el puntapié inicial para los años venideros. De vez en cuando, todavía, parece que viviéramos entre sus resabios. 

 Demonizada por casi todos en los años inmediatamente posteriores, hoy es revisitada por muchos con un halo romántico y por otros, con la piedad y la simpatía que dan haber crecido y madurado en esos años. Pero, más allá de las relecturas críticas posteriores, hay algo indudable a esta altura de la soireé: fue la década que nos cambió para siempre. Dejó huellas, nos marcó. Hoy es la década que amamos odiar.

 No surgió de un día para el otro: las cosas siempre empiezan antes. Para contextualizarla dentro del panorama local bien podríamos decir que su semilla fue plantada en el “deme dos” de finales de los 70 y que germinó al calor de los 80. Basta como ejemplo hacer un recorrido ochentoso a través de la revista Gente para encontrar los primeros atisbos estéticos de tendencias que se convertirían en clásicos noventeros. Durante el primer verano democrático, en las playas asomó una bikini ínfima que dejaba al descubierto los glúteos: nacía el colaless. Junto a él, un nuevo modelo de cuerpo femenino: la chica flaca, musculosa, rubia, bronceada y distendida posando en Punta del Este, la perla uruguaya que se convertiría en la  meca de la década siguiente.

Cuerpo y alma de lo que sería la base aspiracional de los siguientes diez años. Los 90 se morían por nacer en esos años posteriores a la primavera democrática.

Pasado el fervor inicial, sin una democracia que diera de comer, que curase o educara, ganó terreno la apatía. Esa que marcó a fuego a la Generación X. En el plano internacional, la caída del Muro de Berlín daba por concluída la  Guerra Fría, esa larga disputa parental en la que el mundo se había visto envuelto. Con el capitalismo como único Norte se avizoraba que el futuro había llegado como la peor pesadilla de los politizados años 70 y gritaba: “A consumir que se acaba todo”.

Si los recuerdos se sumaran sin solución de continuidad a las imágenes de Los 90. La década que amamos odiar, el programa que conduce Tomás Balmaceda, el zigzag general nos llevaría hacia un vendaval insólito y difícil de explicar.

 Fuimos parte de tanto y tan velozmente que nos agota tan solo rememorarlo. 

Probemos. 

El programa conducido por Tomás Balmaceda nos lleva a pasear por el laberinto de esos años contradictorios y toca fibras especialmente entre quienes los vivimos.

De los recitales en Obras para ver a Patricio Rey y sus redonditos de ricota, que ampliaban su público gracias al hit Un poco de amor francés y Mi perro dinamita, a bailar en la disco Caix tomando champagne con cubitos. De recitales catastróficos en Cemento a la cama solar para conseguir una piel color naranja dorada. De las razzias policiales cazando menores a bailar en Babilonia. De las performances en Ave Porco a comprar buzos extra large con flores enormes en John L. Cook. De ser los primeros en salir a bailar en zapatillas Topper a emular el jopo alto y desmechado bautizado helicóptero de Zulemita, la hija del presidente Menem. De contar australes a convencerse de que el nuevo peso se equiparaba a un dólar. De escuchar el CD completo, una y mil veces, de El amor después del amor a no soportar más que Macarena suene en todas partes. De ver a Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese en el Parakultural a querer comprobar si Thalía se había quitado una costilla para lucir una cintura de avispa en su video Piel Morena. De aprender a escribir a máquina para ser una buena oficinista a desayunarse con la invención de Internet. 

De reverenciar la cola como máximo atributo femenino a preocuparse por “tener lolas” luego de la irrupción de la modelo Carolina Pelleritti en las tapas de revista. De la cargada biyú dorada al colgante con un delfín inaugurando la conciencia ecológica. Del pelo azabache lacio e interminable de Ian Astbury, líder de The Cult, a la cabellera ensortijada del cantante del Grupo Sombras Daniel Agostini. De Grande pa, la familia que nos enternece con sus historias a chocar de bruces con el amor en tiempos de crisis de Roxi y Panigazzi en Gasoleros. Del boom teatral de Los Midachi a salir corriendo a comprar entradas para ver por primera vez a los Rolling Stones. De poder comprar con el primer sueldo un perfume Carolina Herrera a pedir que te regalen un corpiño armado de la marca vernácula Caro Cuore a precio dólar. 

De la tía obligada al retiro voluntario después de trabajar mil años en Entel a la hermana que empezó a atender el teléfono en una empresa privatizada. Del amigo repositor en un hipermercado al primo que se compró un auto y se hizo remisero. Del sueño de la scooter propia a mirar a Cris Morena en minishort y gorrita con visera diciendo “Jugate conmigo”. De la dieta de la luna a la dieta de la manzana para ser flacas, flacas, ¡flacas! como una modelo a emocionarnos con las poesías de Oliverio Girondo en El lado oscuro del corazón. Del jean Mango al Uniform sin dejar de comprarse el jardinero Motor oil. De las medias Silvana brillantes a los flequillos rolingas. 

De la reelección en 1995 con más votos que en 1989 al juramento masivo «yo no voté a Menem». De escuchar a Mario Pergolini por las noches en Malas compañías a bailar «Gomazo subete» emulando la coreografía de las T’Nellys, las bailarinas que tenía Marcelo en Ritmo de la noche. De las bucaneras que usaba Xuxa al piercing en el ombligo. Del asesinato de María Soledad y sus marchas del silencio a «todos somos Cabezas». De llorar con las huerfanitas de Chiquititas a ser testigos del primer piquete. De cantar a los gritos boleros en versión Luis Miguel a refugiarse en el hit apático El Revelde de La Renga. De jurar que estábamos en La era de la boludez con Divididos a llorar con el final épico de Un lugar en el mundo, de Adolfo Aristarain. De escuchar blues en vivo en El samovar de Rasputín en La Boca a bailar Violeta con Alcides. De sentirnos parte de la cofradía de amigos de Pizza, birra, faso a usar el polvo facial Tierra india para quedar con la cara color polvo de ladrillo. Del celular Movicom tamaño caja de zapatos –privativo para la mayoría– a la pizza con champagne como aperitivo en las discos. De aprender qué significaba ser V.I.P. a ser parte de un estadio para ver a Eric Clapton. 

De las largas horas mirando videos en MTV a presenciar un recital de Los Rodríguez en Prix D’ami. De bailar hasta que nos duelan los pies con ¿Qué tendrá el petiso? a ensayar una especie de murga con Matador de Los Fabulosos Cadillacs. De paralizarnos con el programa de Mauro Viale durante el estallido del Caso Coppola a chusmear todo sobre el cenicerazo que le tiró  Susana Giménez a su por entonces marido Huberto Roviralta. De vagar horas con rumbo indeterminado en zapatillas a mirar Caiga quien caiga para burlarnos de la política. De pedirle la extensión de la tarjeta a tus padres para comprarte una camisa animal print Vía Vai a hacer horas extra en el shopping para poder comprar las entradas del show de Guns and Roses. De Bernardo Neustadt como estrella de los programas políticos que apoyaban al gobierno a Mariano Grondona como cabeza de la resistencia periodística ante el mismo. De trabajar de cualquier cosa a juntarse en la esquina con los pibes a cantar una de Viejas locas. De los debates entre el escritor y periodista Jorge Asís y  el actor Gerardo Romano al dolor por el romance trunco entre Rose y Jack por culpa del Titanic.

Basta hacer un recorrido ochentoso a través de la revista GENTE para encontrar los primeros atisbos estéticos de tendencias que se convertirían en clásicos noventeros.

Haber pasado por todo esto –y por tantas otras vivencias que por inabarcables o demasiado personales no entran en esta sucesión de caracteres– amerita que nos entiendan si somos un poco contradictorios con nuestro pasado. No fuimos épicos: nos las arreglamos para sobrevivir. Teníamos frente a nosotros el 2000 y su amenaza futurista del fin del mundo. Y lograron convencernos de que no había mucho por lo cual luchar. El mundo globalizado «era así».

Los 90. La década que amamos odiar condensa parte de esas tensiones y se las ingenia para no caer en la nostalgia idealista que generan las imágenes de ese pasado donde el dólar equivalía al peso. La sucesión de entrevistas a Mariano Dorr, Hinde Pomeraniec, Eduardo Rinesi, Alejandro Bercovich, Carla Ritrovato, Valentina Bassi, Atilio Borón o Reynaldo Sietecase contribuyen a contextualizar lo que la memoria emotiva suele borrar con el codo sentimental: no todo lo que brillaba era oro. 

A la pasión por asistir a mega recitales se le puede agregar la cuota de fractura social.

A los viajes por el mundo para cubrir shows, como bien recuerda Ritrovato, locutora en Rock & Pop, se podría contraponer la desesperada Carpa Blanca de los maestros frente al Congreso de la Nación o eso que bien dimensiona Bercovich hablando sobre la convertibilidad: «Fue tan poderosa que después los argentinos, en especial la dirigencia política, no supieron cómo salir. Se hizo más poderosa que sus creadores».

El programa conducido por Tomás Balmaceda nos lleva a pasear por el laberinto de esos años contradictorios y toca fibras especialmente entre quienes los vivimos. Durante años fuimos la generación que se sintió culpable de haber transitado la década tan livianamente (incluso quienes la padecimos en términos económicos). Por suerte, en 1999  Fito Paez nos regaló la hermosa canción Dos en la ciudad, de la cual extraje hace un tiempo ese mantra para mirar el pasado sin tanta impiedad: “Pasó, pasó pasó nuestro cuarto de hora, pasó, pasó pero aún sabíamos reír”.

Los 90. La década que amamos odiar
Canal Encuentro

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Esta nota fue escrita por

Por Lorena Álvarez

Es productora, columnista radial y escritora. Colabora de forma permanente en Revista Panamá y escribe regularmente para eldiario.ar, Infobae, La Nación Trabajadora y Bache, entre otros medios. Formó parte de las antologías de ensayos Todo Diego es político (Editorial Síncopa) y ¿Qué hacemos con Menem? (Siglo XXI). Actualmente es columnista del programa Gente de a pie, conducido por Mario Wainfeld en Radio Nacional.

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