

TERMINAL NORTE, DE LUCRECIA MARTEL
Los relámpagos y la sombra
El mediometraje que Lucrecia Martel filmó para la plataforma Cont.ar durante “el año que asoló la peste” y que este año viajó al Festival de Cine de Berlín, logra que la imagen y el sonido se confabulen para que pueda aparecer en ámbitos cotidianos, entre lo doméstico, tanto el prodigio como el misterio, lo impensable como el mito, el accidente como el milagro.
Publicado: 03.03.2022
Por: Diego Trerotola
Categoría: Escenas
El paisaje no se lleva bien con el tiempo. O mejor: las luces, que podrían marcar el pasar de las horas, quiebran el paisaje de una manera extraña. Provocada por la velocidad del registro, la luz natural del cielo no se sincroniza con las luces artificiales de los autos que forman un horizonte de relámpagos; dos mundos que no se ponen de acuerdo en administrar luces y sombras, creando una temporalidad incierta, como extraviada. El plano que refleja esa rara intermitencia es el punto de partida de Terminal norte, un mediometraje de Lucrecia Martel filmado en “el año que asoló la peste”, cuando la pandemia descargó su potencia inicial.
Ese paisaje rural salteño de luces enrarecidas no es silencioso, se escuchan sonidos rurales, la estridulación de grillos y demás bichos, superpuestos con la voz de la cantante rioplatense Julieta Laso que, con su tremenda personalidad vocal, va entonando “La Sombra”, canción que Lucio Mantel compuso especialmente para ella; pero aunque en la película no se cuenta ese detalle, parece imposible no sentir que la voz de Laso está haciendo una magia única cuando pronuncia cada palabra, cuando la melodía vocal se convierte en parte del paisaje, irrumpiendo, comentando, abriendo un camino en el plano. “Yo deshojo estas flores resecas/ anhelando que llegue el amor/ luego el coro de espectros se acerca / escapando al abrigo del sol”, canta Laso y la película ya comienza a parecerse a un hechizo, al encuentro de las voces del paisaje y de la cantante que ya forman un coro, que contienen las luces y las sombras, y que es el prólogo a otro coro que durante toda la película formará una suerte de aquelarre, un encuentro de pócimas cantadas al fuego, a la noche o al sol.
La película ya comienza a parecerse a un hechizo, al encuentro de las voces del paisaje y de la cantante que ya forman un coro, que contienen las luces y las sombras, y que es el prólogo a otro coro que durante toda la película formará una suerte de aquelarre, un encuentro de pócimas cantadas al fuego, a la noche o al sol.
Ese coro reunido en Terminal norte lo forman Laso junto a Noe Sinkunas, “reina indiscutida del piano”; la coplera extraordinaria Mariana Carrizo y su hija cantante Michu; B-Yami, la trapera del Limache; el bailarín Miguel Moreyra; Lorena Carpanchay, la primera coplera trans de los valles calchaquíes; el dúo nómade noise Whisky, de Mar Pérez y Maka Fuentes; el guitarrista Bubu Ríos. La llegada de la pandemia suspendió un show que preparaba Julieta Laso, y probablemente también los trabajos de varias de las personas reunidas, y el encuentro termina reemplazando lo que no se pudo hacer, nada más que con una sola espectadora, el ojo de Lucrecia Martel que registra con intimismo, registrando tanto las efervescencias como ciertos rincones de esa tertulia.
En una suerte de burbuja por unos días, entre fogones, caminatas y charlas en bosques, paseos en auto por la ruta, se va gestando una suerte de musical collage que quiebra las distancias culturales que podrían existir entre el canto con caja de coplas y el trap, entre el tango y el noise. El resultado es la celebración de la convivencia sonora, de la búsqueda de que el cancionero pueda reunir un paisaje de intermitencias, relampagueando todo hasta que se exorcicen esas categorías, esos géneros, que se crean para alejar las particularidades en lugar de crear diálogos, enganches, contaminaciones.

Lorena Carpanchay invoca en sus coplas las voces de las traviarcas Lohana Berkins y Diana Sacayán. Con un fuego que la ilumina, la trapera B-Yami tira sus rimas como chispas. Julieta Laso actualiza con mirada desafiante a cámara el privilegio clasista en el tangazo “Muchacho”. Mariana Carrizo cruza el bosque con su voz y su caja seguida y coreada por otras. Las Whisky cruzan la noche en auto y su eco queda sembrado en la ruta. Todos momentos donde las voces, los cuerpos y la cámara despliegan un juego un poco hipnótico. La ductilidad e inteligencia con que Lucrecia Martel moldea la sonoridad de sus películas adquiere acá un abanico musical particular, un horizonte de color propio que amplía su personal exploración audiovisual.
A pesar de lo fascinante que titila en su recorrido sonoro y visual, el registro general de Terminal norte tiene una dimensión casera: fue filmado en la casa, el jardín y los alrededores de donde vive la realizadora en la provincia de Salta, lo que abre un nuevo capítulo en eso que Lucrecia Martel hace como pocas personas en sus películas de ficción: lograr que la imagen y el sonido se confabulen para que puedan aparecer en ámbitos cotidianos, entre lo doméstico, tanto el prodigio como el misterio, lo impensable como el mito, el accidente como el milagro. O todo eso junto sin poder decidir qué parte es lo que nos hizo vibrar tanto.
Terminal Norte
de Lucrecia Martel
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Por Diego Trerotola
Periodista, docente, programador y activista queer. Sus textos formaron parte de compilaciones publicadas en Argentina, España, Polonia y Corea del Sur. Es compilador, junto a Leandro Listorti, del libro Cine encontrado: ¿Qué es y adónde va el found footage? (2010). Escribe en el suplemento Soy del diario Página/12 desde su creación en 2008. Actualmente dirige Asterisco Festival Internacional de Cine LGBTIQ+.
tw: @diego_rror
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