

DEPORTE Y MALVINAS
Sería bueno que entiendan
El 1º de mayo de 1982 –en plena guerra por las Malvinas– las selecciones de hockey sobre patines de Argentina e Inglaterra se enfrentaron en el marco del Mundial que se estaba disputando en Portugal. Juan José Panno fue a cubrir ese partido, y todavía recuerda lo que se jugó ese día más allá del partido.
Publicado: 01.03.2022
Por: Juan José Panno
Categoría: Medios
El 1º de mayo de 1982 –en plena guerra por las Malvinas–, jugaron un partido de hockey sobre patines las selecciones de Argentina e Inglaterra. Fue en el Mundial que se disputaba en Lisboa y me tocó ser testigo, como enviado especial de El Gráfico. Me mandaron a cubrir ese partido, no el campeonato. El hockey no era prioridad para la revista, pero sí interesaba ver la reacción de los jugadores, muchachos tan jóvenes como aquellos que se estaban matando en el Atlántico Sur. En algún momento sentí que me habían asignado la misión de ser una especie de morboso corresponsal de una guerra deportiva.
Argentina, que había ganado el mundial de 1978 y se perfilaba como una potencia mundial en el deporte, estaba en la misma zona que Estados Unidos, Colombia, Francia, Japón e Inglaterra y debió jugar en el debut contra los ingleses que tenían un nivel muy inferior. Por eso no sorprendió a nadie el 8 a 0 en favor de los albicelestes con que se cerró aquel partido
En la previa se barajó la posibilidad de que los británicos no se presentaran porque el reglamento no preveía ninguna otra sanción que la pérdida de los puntos, cosa que sabían que irremediablemente se iba a dar. También se habló de la supuesta negativa a jugar por parte de los argentinos, considerando que de todas maneras iban a superar la primera fase, pero tampoco eso ocurrió. Eso sí: hubo recomendaciones de ambos lados para que no se intercambiaran saludos ni banderines. El político y geólogo Carlos Enrique Gómez Centurión, embajador en Portugal durante aquel año, contó que no tenía ninguna intención de saludar al embajador inglés y no sentía que eso significara una grosería. Les sugirió a los muchachos que no establecieran ninguna clave de vínculo con los rivales. “No les ordeno nada, pero sería bueno que entiendan”, dijo. Raúl Martinazzo, el DT, y Luis Anea, el preparador físico, tuvieron más de una reunión con los jugadores, pero de lo que menos hablaron fue de táctica y de estrategia; solamente de los protocolos a seguir.
Unas tres mil quinientas personas presenciaron aquel partido singular. La mitad de ellas silbaron a los cinco jugadores argentinos cuando salieron a la cancha. Los pocos aplausos para la selección latinoamericana cayeron desde dos lugares diferentes: en una cabecera había unos 20 jóvenes, hijos y amigos del cónsul argentino; en un lateral, un grupo de exiliados. Dos sectores bien diferenciados, una versión de la famosa grieta. Los portugueses también tomaron partido, con una pequeña bandera cargada de agresivo humor negro: “The Falklands are portuguesas”. No fue la única bandera que flameó en el estadio.
El día previo al partido, un grupo que se presentó como de argentinos radicados en distintos puntos de Portugal le pidió plata al embajador para confeccionar una gran bandera con la inscripción “Las Malvinas son argentinas”. El hombre accedió. Los argentinos aparecieron el día del partido con dos banderas. Una decía, efectivamente, “Las Malvinas son argentinas”, la otra tenía una inscripción en aerosol: ”Videla asesino”.
Al día siguiente, Gómez Centurión destilaba indignación. El hombre, a quien apodaban Bebe, había sido también embajador en México durante la última dictadura, gobernador de San Juan en el gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse y nuevamente gobernador, años más tarde y ya durante la democracia, por el Partido Bloquista. Murió en el 2018, a los 93 años. Como buen sanjuanino, era amante del hockey sobre patines, pero aquel día no pudo disfrutar de la goleada amargado con aquella bandera que ponía en su lugar a Jorge Rafael Videla.
Los argentinos aparecieron el día del partido con dos banderas. Una decía, efectivamente, “Las Malvinas son argentinas”, la otra tenía una inscripción en aerosol: ”Videla asesino”.
El partido fue tranquilo, no hubo roces, ni cruces violentos ni nada parecido. “ A nosotros nos duele el colonialismo inglés, pero no somos soldados y aquí vinimos a jugar”, dijo Daniel Martinazzo, una de las figuras del equipo, sintetizando el sentimiento del plantel. Cuando el árbitro pitó el final no hubo saludos, ni apretones de manos, ni mucho menos cambios de camiseta, pero sí hubo cejas arqueadas, guiños y miradas cómplices. El bendito abrazo del deporte, más allá de todo.
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Por Juan José Panno
Juan José Panno es periodista. Trabajó en Clarín, Crónica, La Razón, El Gráfico y Goles, entre otros medios gráficos. Actualmente es columnista de Página 12. También trabajó en radio y televisión. Es fundador de las escuelas de periodismo TEA y Deportea. Cubrió 7 mundiales de fútbol. Escribió los libros Pozo Vacante, Obras maestras del error, Diccionario FC y En cancha chica. Es coautor de Días de radio y El abrazo del ocio.
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