

PENSAR NUESTRO FÚTBOL
Un minuto de silencio: ¿Por qué cantamos lo que cantamos?
Ocho capítulos –ocho problemáticas invisibles– componen la matriz narrativa de esta serie de Deportv que, con la conducción de Iván Noble, describe el racismo y la xenofobia, el antisemitismo, la homofobia, la discriminación a las discapacidades, los asuntos pendientes en materia de género y diversidad que, como ácaros invisibles, se cuelan en los cantos de las hinchadas futbolísticas. Una violencia tan simbólica como real.
Publicado: 07.07.2022
Por: Gustavo Veiga
Categoría: Escenas
El fútbol que habita en la piel del hincha es un universo de colores, cantitos de cancha y violencia tan simbólica como real. Es difícil hacer docencia donde se deshumaniza al otro, al rival de toda la vida, al que se intenta suprimir a riesgo de quedarse solo. Hubo escasos intentos por educar desde el Estado o el mundo privado en las tribunas, pero no dieron resultado. Un minuto de silencio, la serie que por estos días puede verse en Deportv, recupera ese objetivo, señala que todavía es posible preguntarse por qué cantamos lo que cantamos, por qué discriminamos en cualquiera de las formulaciones posibles, por qué no es más viable la empatía. Leer el poema de Mario Benedetti, Por qué cantamos, ayudaría a encontrar una respuesta. Sería necesario porque “no podemos ni queremos dejar que la canción se haga ceniza”, dice el autor de La tregua y Montevideanos.
Ocho capítulos –ocho problemáticas invisibles para la industria del entretenimiento– componen la matriz narrativa de la serie donde se describe aquello que debería transformarse: el racismo y la xenofobia, el antisemitismo, la homofobia, la discriminación a las discapacidades, los asuntos pendientes de género y diversidad, la violencia y el aguante, la condena y el fracaso, más el interrogante que nos interpela: por qué cantamos lo que cantamos.
Un minuto de silencio sintoniza una frecuencia que no escucha el mercado, donde las temáticas educativas no se plantean a sus audiencias, porque la retórica del folclore que se alienta da licencia para el agravio y las malas lenguas. Las cadenas televisivas estadounidenses (Turner y Disney) y la nacional TyC Sports, que poseen los derechos de imagen del fútbol argentino en todos sus torneos, mediatizan la violencia porque es un objeto de consumo que da rating.
“Cantamos los insultos más bestiales, ¿cómo es posible?”
Daniel Salerno, licenciado en Comunicación e investigador, sostiene en el libro Hinchadas (Prometeo Editorial, 2008): “El fútbol durante su historia siempre tuvo una presencia central en los medios de comunicación de masas. Pero durante los últimos quince años hubo un desplazamiento a través del cual dedican más espacio a los habitantes de las tribunas. El registro televisivo, en especial, ha pasado de dedicar unas pocas imágenes marginales a integrar a las hinchadas en forma total al relato de las transmisiones de los partidos de fútbol, con registros minuciosos de las prácticas y atributos de las diversas parcialidades”.
Esa apropiación del escenario tribunero es una herramienta colosal para amplificar la construcción de identidades. Una cuestión que fluye según la etapa. Lo vemos en la representación de la nacionalidad durante los días previos a cada Mundial –se comprobará camino a Qatar– o en la fragmentación que trae aparejada hace años la posmodernidad. Una segmentación que incluso podría leerse en la evolución del lenguaje. Según la época, aquellos que iban a la cancha fueron definidos como aficionados, parciales o simpatizantes. Hasta que la película El Hincha (1951, con Enrique Santos Discépolo) extendió la aceptación universal de ese término, que derivó más adelante en otras categorías, como hinchas militantes y barrabravas. Todos con su proporción de masculinidad mal entendida, ahora en crisis producto del auge de los feminismos que intentan derrumbar profundas asimetrías en la toma de decisiones en el fútbol.
Ojalá fuera como plantea el músico y presentador de Un minuto de silencio, Iván Noble, en Homofobia y machismo en el mundo de la pelota: “La transformación cultural está llegando al fútbol, paso a paso…”. Puede parecer un “optimista de la voluntad” en términos gramscianos, pero no hay peor lucha que la que no se emprende. Benedetti nos refuerza la tesis. Vuelve a recordarnos en su célebre poema musicalizado con maestría por Alberto Favero: “Cantamos porque creemos en la gente / Y porque venceremos la derrota”.
Los entrevistados apuntan a deconstruir prácticas y rituales, que produjeron sentido durante décadas en una sola dirección, que siempre justificó todos en la pasión.
“Acá en el tablón o sos macho o sos puto y cagón…” dice Noble y se comprueba en las imágenes. Un calidoscopio de hinchadas que afinan su repertorio de homofobia, racismo, xenofobia y una cultura machista que entran por los poros como ácaros invisibles. Los testimonios aportan su mirada sobre el fenómeno con el propósito de transformar la realidad en otra cosa. En un entorno más respetuoso de las diferencias, solidario, reflexivo, colaborativo, donde las preguntas aguijonean buscando la reacción de las audiencias: “Cantamos los insultos más bestiales, ¿cómo es posible?” nos interpela una.
El académico Pablo Alabarces, el escritor y guionista Pedro Saborido, el periodista Ezequiel Fernández Moores, la entrenadora y ex jugadora Mónica Santino, el primer futbolista en declararse públicamente gay, Nicolás Fernández, y el presidente del club Excursionistas Javier Méndez Cartier, entre otros y otras, recrean situaciones, las contextualizan y dan su visión de un territorio donde domina el patriarcado. Apuntan a deconstruir prácticas y rituales que produjeron sentido durante décadas en una sola dirección, que siempre justificó todo en la pasión. La representación de una masculinidad recargada que Un minuto de silencio viene a problematizar desde la televisión pública.
La acción nos remonta hacia fines de los años ‘60, principios de los ’70, cuando los primeros cantitos homofóbicos surcaban el aire de tribuna a tribuna inspirados en melodías de Palito Ortega. “Despacito, despacito, despacito, les rompimos el culito”, decía uno. Discriminaba a la hinchada de Boca otro: “Ya todos saben que la Boca está de luto, son todos negros, son todos putos…” Sobre ese campo fértil de tribalismos, que amplía el universo de lo representable en los medios, opera la serie televisiva que también expone otras formas de estigmatización sin neutralidad. Toma partido a partir de las preguntas que formula a sus potenciales audiencias. Nos interpela. Y no se queda solo en las actitudes dominantes de la sociedad patriarcal.
Otro capítulo trascendente está dedicado al antisemitismo. Se narra a partir de la relación de dos hermanos de una familia judía, Martín y Jonathan Vainerman, el primero de Atlanta y el segundo de Chacarita, clubes nacidos en el mismo barrio, Villa Crespo, pero con dos años de diferencia y clásicos rivales hace más de un siglo. “¿Dónde está el límite?” se pregunta el escritor Martín Kohan cuando analiza el holocausto y lo ubica en el contexto de un partido donde se agravia a la comunidad judía. La respuesta es que no hay límites. A esa complicada actualidad apunta Un minuto de silencio en la convicción de que la peor opinión es, precisamente, el silencio.
Un minuto de silencio
Deportv
Esta nota fue escrita por

Gustavo Veiga
Es periodista hace más de cuarenta años. Actualmente escribe en Página/12 y Acción. Es titular de la materia Comunicación, Deporte y Derechos Humanos en la Universidad de La Plata. Además, da clases en la universidad de Buenos Aires. Publicó cuatro libros. En abril de 2021 fue declarado Personalidad Destacada por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires en el ámbito del deporte por sus investigaciones sobre los deportistas desaparecidos.
tw: @gustavoveiga
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